viernes, 9 de mayo de 2008

Conocí Lourdes en un vieje que hice a Roma, desde el Perú. Me encontraba de profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura. Íbamos en la expedición nueve, entre universitarios y profesores.

Pudimos estar un día, oyendo la Santa Misa, visitando las zonas más representativas; y, salimos al atardecer hacia Roma.

Ahora en el día del ciento cincuenta aniversario de la primera aparición de la Virgen de Lourdes en la cueva de Massabielle, copio lo que Miguel Aranguren escribió en febrero:

Ciento cincuenta años de dificultades para la niña Bernardette, de reconocimiento posterior y de gracia, ríos de gracia a través de la intercesión de María para todos los que nos hemos acercado alguna vez a las faldas francesas de los pirineos en busca de fuerzas, salud o consuelo. Muchos han sido testigos de los milagros que allí se obran –milagros de fe en la mayoría de los casos, pero también corporales tal y como registran las páginas tan bien datadas del obispado y el visado posterior de Roma-. Nadie regresa indiferente de esa cueva a la que también han peregrinado los grandes santos de los últimos tiempos.

Lourdes no conoce fronteras, de tal forma que han sido millones las niñas que han sido bautizadas bajo esta nueva advocación mariana. Entre ellas tú, querida lectora de ALBA, que a los treinta y ocho años portas en el vientre a la cuarta de tus hijas, a la que también habéis dado el hombre de María. Una dolencia de imposible solución obligará a que el día previsto para la cesárea –el veinticinco de este mes de febrero, mes de Massabielle- María vea por primera y única vez la luz del mundo. Le aguarda un bautizo de urgencia, seguramente en el mismo quirófano, y el salto inmediato y definitivo al Cielo.

Veis a vuestros tres hijos llenos de vida, Lourdes y Luis, y entendéis que el sacrificio que se os está pidiendo es demasiado grande, casi sobrehumano, aunque tengo la sensación de que vuestro testimonio de valentía, de apuesta sin condiciones por la vida, hará que la conmemoración centenaria de las apariciones de Lourdes adquiera un nuevo sentido. No hará falta estar allí para sentir que ese día la cueva de la que mana el agua sanadora restallará con un brillo invisible: el de la generosidad de unos padres que son capaces de ofrecer el dolor a cambio de una nueva vida, esta vez engrandecido hasta la infinitud. Los calculadores os han dicho de todo: que sois unos inconscientes, que estáis locos, que la ciencia dispone de medios para atajar este tipo de problemas en los primeros estadios del desarrollo del feto. Pero tu vientre, Lourdes, no es un cadalso más para la vida frágil sino el útero dulce de una madre que siente predilección por sus hijos débiles, al igual que la madre de Massabielle.

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