martes, 12 de junio de 2007

En memoria de un santo de lo ordinario

Me parece oportuno proporcionar los textos que aparecen en la página del Opus Dei. En esta ocasión, con motivo del paso al cielo de San Josemaría, el día 26 de junio de 1975. Me encontraba trabajando en la Editorial Magisterio, cuando me dieron la noticia. Pasamos a Iglesia de San Miguel, donde pude estar en la primera misa de difuntos.

Para preparar la fiesta del próximo 26 de junio, 32º aniversario de la marcha al cielo de San Josemaría, publicamos cada día algunos fragmentos del libro "15 días con Josemaría Escrivá" de D. Guillaume Derville, editado por Ciudad Nueva16 de junio de 2007
Decimoquinto día con san Josemaría

Finalizamos la quincena con san Josemaría con la que hemos preparado la festividad del Fundador del Opus Dei que se celebra hoy26 de junio de 2007
Otros CristosConstruir la civilización del amorSe comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana (cf. Tertuliano, «Apologeticus», 17 [PL 1, 375]), no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese «mandamiento nuevo del amor».Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás (Es Cristo que pasa 111).Con la ascensión de Jesús al cielo, nuestra humanidad entra en la gloria. Los ángeles invitan a los apóstoles a que no sigan escudriñando las nubes. Con los pies en la tierra, son llamados a hacer presente a Cristo entre los hombres, pero también a descubrirle en los demás. Se quedan algo desamparados. ¿Cómo hacer? ¡Qué tentación de esperar la vuelta de Jesús, él que lo puede todo! Se fue a prepararles un lugar, y volverá para juzgar a los vivos y a los muertos.Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres. Hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades –buenas, nobles, y aun indiferentes– que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte. Porque en Cristo «agradó al Padre poner la plenitud de todo ser, y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la Cruz» (Col 1, 19-20) (Es Cristo que pasa 111-112).Reconocer a Cristo en los demás es asumir las propias responsabilidades en la familia, en la universidad, en el trabajo y en la sociedad donde se vive. Contribuir, si es posible, a que disminuya el paro, buscar soluciones para que las personas mayores no se encuentren solas, dar un techo a quien no lo tiene: alimentar y vestir a Cristo es todo eso.Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos –conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo– han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres (Es Cristo que pasa 167).Oh Dios, Padre de misericordia, por intercesión de Josemaría Escrivá, concédenos servir a los demás en todo momento, iluminando los caminos de la tierra con la luz de tu Espíritu de Amor.La seguridad de ser hijos de Dios nos llena de una esperanza verdadera (cf. A 208), la que nace del amor que el Espíritu Santo difunde en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5). Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra, nuestra esperanza, ¡enséñanos a amar con el Corazón de Jesús! (cf. Surco 809).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
Enlaces relacionados Un mundo sediento de paz (de preguntas y respuestas del Prelado) Comprender, disculpar, perdonar, convivir (artículo de D. Pablo Cabellos) Evangelización, proselitismo y ecumenismo (Artículo de Mons. Fernando Ocáriz) La legítima autonomía de las cosas temporales (Estudio de Elisabeth Reinhardt) Artículos relacionados 15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados)
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Décimo día con San Josemaría

Los niñosAmar como un niñoUn día, a última hora, durante una de aquellas puestas de sol maravillosas, vimos que se acercaba una barca a la orilla, y saltaron a tierra unos hombres morenos, fuertes como rocas, mojados, con el torso desnudo, tan quemados por la brisa que parecían de bronce. Comenzaron a sacar del agua la red repleta de peces brillantes como la plata, que traían arrastrada por la barca. Tiraban con mucho brío, los pies hundidos en la arena, con una energía prodigiosa. De pronto vino un niño, muy tostado también, se aproximó a la cuerda, la agarró con sus manecitas y comenzó a tirar con evidente torpeza. Aquellos pescadores rudos, nada refinados, debieron de sentir su corazón estremecerse y permitieron que el pequeño colaborase; no lo apartaron, aunque más bien estorbaba.Pensé en vosotros y en mí; en vosotros, que aún no os conocía, y en mí; en ese tirar de la cuerda todos los días, en tantas cosas. Si nos presentamos ante Dios Nuestro Señor como ese pequeño, convencidos de nuestra debilidad pero dispuestos a secundar sus designios, alcanzaremos más fácilmente la meta: arrastraremos la red hasta la orilla, colmada de abundantes frutos, porque donde fallan nuestras fuerzas, llega el poder de Dios (Amigos de Dios 14).Si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños (Santo Rosario, pp. 19-20).La sencillez es indispensable para ser chicos delante de Dios (Camino 868).Hagamos presente a Jesús que somos niños. Y los niños, los niños chiquitines y sencillos, ¡cuánto sufren para subir un escalón! Están allí, al parecer, perdiendo el tiempo. Por fin, han subido. Ahora, otro escalón. Con las manos y los pies, y con el impulso de todo el cuerpo, logran un nuevo triunfo: otro escalón. Y vuelta a empezar. ¡Qué esfuerzos! Ya faltan pocos..., pero, entonces, un traspiés... y ¡hala!... abajo. Lleno de golpes, inundado de lágrimas, el pobre niño comienza, recomienza el ascenso. Así, nosotros, Jesús, cuando estamos solos. Cógenos Tú en tus brazos amables, como un Amigo grande y bueno del niño sencillo; no nos dejes hasta que estemos arriba; y entonces –¡oh, entonces!–, sabremos corresponder a tu Amor Misericordioso, con audacias infantiles, diciéndote, dulce Señor, que, fuera de María y de José, no ha habido ni habrá mortal –eso que los ha habido muy locos– que te quiera como te quiero yo (Forja 346).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
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Noveno día con San Josemaría
Dos pecadoras
La contrición y el amor misericordioso
Simón el fariseo tenía gran interés en invitar al Maestro. Y resulta que una mujer, pecadora conocida, viene a turbar ese encuentro. Ella está llorando y con esas lágrimas lava los pies de Jesús y los seca con sus cabellos. Rompe un vaso de alabastro y extiende sobre Cristo el perfume que contenía.Simón no lo entiende. Si el Maestro no es capaz de adivinar que esa mujer es una pecadora, no es un profeta. Pero Jesús es más que un profeta, es la palabra que escruta los corazones, es juez. Toma aparte a su anfitrión: «Tengo algo que decirte». Una parábola hace comprender a Simón lo que está pasando: «Te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le son perdonados, porque ha mostrado mucho amor». Después dice a la mujer: «Tus pecados quedan perdonados». ¿Quién es éste para perdonar los pecados?, se preguntan los convidados. Sólo Dios puede hacerlo. Luego Jesús manifiesta su divinidad. La pecadora había tenido confianza en la misericordia todopoderosa de Jesús. «Tu fe te ha salvado, vete en paz» (cf. Lc 7, 36-50). Su llanto se transforma en lágrimas de alegría.Bajo el signo de la paz –«la paz esté con vosotros»– y en la alegría de la resurrección, Jesús instituye el sacramento de la penitencia soplando sobre los apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (n 20, 19.22-23).Josemaría llamaba a la penitencia el sacramento de la alegría. La condición para obtener el perdón es la contrición, que nace del amor de Dios, Uno y Trino, por el hombre: del Padre misericordioso, de Jesús, el Amigo que ama con toda la locura divina de su corazón (cf. Forja 2), y del Espíritu de Amor, que consuela en el dolorSólo es necesaria la contrición: el dolor del alma, un dolor que no es necesariamente sensible, y la firme resolución de no volver a pecar, con la gracia de Dios. Para Josemaría la vida cristiana es una lucha para comenzar y recomenzar (cf. Amigos de Dios 219); su encuentro amoroso con Jesús en el sacramento de la reconciliación era al menos semanal. Lo que le empujaba era más el amor de Dios que cualquier otro pensamiento sobre sí mismo. Salía conmovido como un niño, asombrado por las divinas maravillas del Corazón misericordioso de Nuestro Señor (Amigos de Dios 73).En medio del tumulto, escribas y fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio y –san Juan lo precisa– la ponen bien a la vista (cf. n 8, 3). La pobre mujer se encuentra entre muchos hombres y baja los ojos para evitar encontrarse con sus miradas, que no son puras. No es más que un juguete en manos de aquellos hombres, un objeto que llevan y traen. Ella no les interesa, lo que quieren es poner al Maestro en apuros.La mujer no se había movido. Ahora se encuentra sola ante Jesús. No declara su inocencia, espera a que Jesús hable, sabe que Jesús lo sabe todo y su silencio es como una confesión. El Salvador le pregunta qué ha pasado con los que la acusaban. Ninguno ha osado condenarla. «Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más» (Jn 8, 11). Dolor de Amor. –Porque Él es bueno. –Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. –Porque todo lo bueno que tienes es suyo. –Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado...¡¡a ti!!–Llora, hijo mío, de dolor de Amor (Camino 436).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
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15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados) El Prelado invita en Las Palmas a recibir "el abrazo de Dios" en la confesión La humildad, fuente de alegría
Octavo día con San Josemaría

Una pagana que tenía feHablar con el AmorElla es pagana y Jesús alaba su fe. Quizás, en los alrededores de Tiro y Sidón ella va por aquellas partes buscando a aquel que cura. Llega a la ciudad, recorre un laberinto de callejuelas, el zoco con sus puestos, las aceitunas, la fruta, un fabricante de sandalias, el piar de las aves de corral que esperan una muerte cercana, el olor del incienso, la brisa del mar, quizás algunos pescadores, mercaderes de púrpura, viejos que fuman el narguile, los gritos de los niños que juegan fuera.Pero ella piensa en su pequeña hija enferma. Ha oído hablar de Jesús y no mucho más. Es preciso que cure a su hija. Por esto ha bajado a la ciudad. Sidón era una ciudad de mala fama donde se encontraban mujeres de mala vida. «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por un demonio» (Mt 15, 22). Pero Jesús no le respondió. Misterioso silencio de la Palabra. Los discípulos, que de ordinario buscan proteger al Maestro, comprenden que esta mujer es una verdadera madre y que no se dará por vencida. Están cansados de sus gritos e imploran a Cristo. Aparente dureza de un corazón que será traspasado a causa de nuestros pecados. Jesús responde que no ha sido enviado más que para las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella es una pagana, siro-fenicia de nacimiento. ¿Qué le importa a esta madre el rechazo del Maestro? Insiste: ¡ayúdame! Todavía más cortante es la respuesta de aquel que arde de amor por cada alma: «Deja que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos» (Mc 7, 27).Él es el pan de vida que se dará en alimento, y ahora rechaza servirse de su poder divino. El Maestro sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene. No es a esa mujer a quien habla, es a sus discípulos, a quienes echará en cara amargamente su falta de fe. Esta pagana va a enseñarles cómo la fe puede trasladar montañas y vencer el corazón de Dios. «Señor, también los perrillos debajo de la mesa comen las migajas de los hijos» (Mc 7, 28). «¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como quieres» (Mt 15, 28).La fe de esta mujer se manifiesta en una petición humilde y perseverante. De esto tengo una venturosa experiencia –confiesa Josemaría en sus Apuntes íntimos, con fecha 10 de febrero de 1931–: cuando, sin sensiblerías, pero con verdadera fe he pedido al Señor o a Nuestra Señora alguna cosa espiritual (y aun alguna material) para mí o para otros, me la ha concedido (Apuntes íntimos 160). A menudo meditaba siete textos sobre la oración de petición que llevaba copiados en su agenda: Todo lo que pidáis con una oración llena de fe, lo obtendréis (cf. Mt 21, 22). Si dos de entre vosotros unen sus voces para pedir cualquier cosa, les será concedida (cf. Mt 18, 19). Todo lo que pidáis en la oración, creed que lo habéis recibido ya y os será concedido (cf. Mc 11, 24). «Quien pide recibe, y a quien llame se le abrirá» (Lc 11, 10). Lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará (cf. n 12, 23). «Pedid y recibiréis y vuestra alegría será perfecta» (n 16, 24). «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá» (Jn 15, 7).Señor, espero en Ti; te adoro, te amo, auméntame la fe. Sé el apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las criaturas (Forja 832).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
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15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados) San Josemaría Escrivá, maestro de oración en la vida ordinaria (Artículo de Mons. Javier Echevarría publicado en la revista Magnificat) El fuego de los primeros cristianos 54 preguntas sobre Jesucristo y la Iglesia
Séptimo día
18 de junio de 2007
El jefe de la sinagoga
El amor a la libertad

La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres (Amigos de Dios 27).Junto con las cosas que para el cristiano están totalmente claras y seguras, hay otras –muchísimas– en las que sólo cabe la opinión: es decir, un cierto conocimiento de lo que puede ser verdadero y oportuno, pero que no se puede afirmar de un modo incontrovertible. Porque no sólo es posible que yo me equivoque, sino que –teniendo yo razón– es posible que la tengan también los demás. Un objeto que a uno parece cóncavo, parecerá convexo a los que estén situados en una perspectiva distinta («Las riquezas de la fe» en ABC, Madrid, 2-11-1969).Estaba enferma, se pensaba que poseída. Hacía diez años que estaba encorvada como las viejas brujas de los cuentos infantiles o los pobres mendigos que nos encontramos a veces por la calle. «No podía enderezarse en modo alguno» (Lc 13, 11), comenta san Lucas, como para insistir en la gravedad del mal, en caso de que nosotros pensásemos que hacía teatro para conseguir algo de dinero. Algo curioso: no pide nada al Señor. Es Jesús quien toma la iniciativa y le dice: «"Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos y al instante se enderezó y glorificaba a Dios» (Lc 13, 12-13).El jefe de la sinagoga protesta porque aquel día era sábado. Ya una vez antes Jesús había curado en sábado, en aquel caso a un hombre con la mano seca (cf. Lc 6, 6-11). Después, una vez más tomará como testigo a los notables y a los fariseos para hacerles la misma pregunta: «¿Es lícito curar en sábado?» (Lc 14, 3). El silencio fue la única respuesta. Jesús curó al enfermo.El sábado no carece de importancia. Pero el sufrimiento de aquella mujer atrajo la compasión de Jesús. Y Jesús es Señor del sábado. Hay una jerarquía de las cosas en la vida. No todos están al mismo nivel y el amor prevalece siempre.Al mismo tiempo hay diferentes maneras de ver las cosas de la vida, y muchas de ellas son legítimas. (…) El carácter relativo de algunas cosas debe llevarnos a tomar distancia y mirar a las personas y los acontecimientos de un modo desapasionado, a escuchar siempre los diferentes «tañidos de la campana» antes de hacerse una opinión, a saber rectificar nuestro juicio.La conciencia de la limitación de los juicios humanos nos lleva a reconocer la libertad como condición de la convivencia. Pero no es todo, e incluso no es lo más importante: la raíz del respeto a la libertad está en el amor. Si otras personas piensan de manera distinta a como pienso yo, ¿es eso una razón para considerarlas como enemigas? La única razón puede ser el egoísmo, o la limitación intelectual de quienes piensan que no hay más valor que la política y las empresas temporales. Pero un cristiano sabe que no es así, porque cada persona tiene un precio infinito, y un destino eterno en Dios: por cada una de ellas ha muerto Jesucristo («Las riquezas de la fe» en ABC, Madrid, 2-11-1969).
Sexto día con San Josemaría
VIDEO: El Prelado del Opus Dei habla de la oraciónAUDIO: Lunes santo: Jesús en Betania (Mons. Javier Echevarría)
Lázaro, Marta y MaríaUn amor humano y divino
No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana. Todo, hasta el más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo, asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los afanes del hombre, menos la triste aventura del mal (Es Cristo que pasa 125).«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11, 5). Betania es ese pequeño pueblo donde se encuentra su casa, en la vertiente sureste del monte de los Olivos. Allí, Jesús es esperado. Allí, como en Nazaret, su humanidad revela el rostro humano de Dios. Marta corre a recibir al amigo de la familia; activa, práctica, se deja absorber por el servicio. María se queda sentada a los pies del Maestro. Marta termina por impacientarse al quedarse sola ante la organización material. María esta cautivada por la enseñanza de Jesús. Marta acaba por interrumpirles e interpela a Jesús, pues es la única que trabaja. «Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, y sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). Marta debe aprender a amar a María con su manera de ser, muy diferente de la suya. Sus temperamentos no pueden separarlas. Ser sobrenaturales supone ser muy humanos (Forja 290).A menudo Josemaría dirá que el cristiano debe seguir el ejemplo de las dos hermanas: conversar con Jesús es rezar y es también trabajar. Las dos actitudes son inseparables: ¡Que yo tenga las manos de Marta y el alma de María! Betania es la intimidad con el Maestro, la confidencia, el crecimiento interior, compartir los mismos sentimientos, en la contemplación y en la acción, que es también contemplación, porque Jesús está presente. Su caridad produce resultados concretos de amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz. [...] «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1Jn 3, 14) (Es Cristo que pasa 166).Betania es también las lágrimas de Cristo. Jesús se estremeció interiormente cuando vio sollozar a María y a los demás. Después, conmovido, pregunta dónde han puesto a Lázaro. «Señor, ven y verás». Jesús llora. Los judíos exclaman: «¡Mirad cómo le amaba!» (n 11, 34-36).Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y el Espíritu Santo y a Santa María. No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos.El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Así entrevemos el amor con que gozaremos de Dios y el que mediará entre nosotros, allá en el cielo, cuando el Señor sea «todo en todos» (1Co 15, 28). Ese comenzar a entender lo que es el amor divino nos empujará a manifestarnos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados (Es Cristo que pasa 166).
Quinto día con San Josemaría
La Samaritana
Amar la voluntad de Dios
Una mujer va a sacar el agua al pozo de Jacob, el pozo de Sicar, su pueblo, como lo hacen sus compañeras, tarea esencial y habitual. A pleno sol, hace calor. Aquel día encuentra un hombre sentado cerca del pozo; ese hombre tiene sed, está solo y cansado. Le pide de beber y ella se extraña, ya que es judío y ella samaritana. Le habla de una manera sorprendente, dice que puede dar un agua viva; ella le contesta que no tiene con qué sacar agua y que no puede ser superior a Jacob. Él habla de un agua que calma la sed para siempre, como una fuente que brota hasta la vida eterna. Ella le cree y, con la espontaneidad de una mujer práctica, sin pensarlo demasiado, pide de esa agua. Se inicia así un diálogo íntimo sobre su vida, una vida poco honorable. Ella ve que él lo sabe todo, que lee en su alma. Tiene sed, está cansado, es un hombre. ¿Será el Mesías?El diálogo prosigue sobre la cuestión que divide a judíos y samaritanos. Los primeros dicen que es en Jerusalén donde hay que adorar a Dios y desprecian a los segundos. Jesús pasa por alto la controversia; ante la samaritana no da importancia al tamaño del templo: lo importante es adorar a Dios en espíritu y en verdad; el lugar es secundario. En todos los sitios el hombre debe construir un templo a su Dios.¿Cómo es posible eso? Estamos llamados a convertirnos en templos espirituales, a construir una morada para Dios en nosotros. Somos esas piedras vivas con las que el Señor quiere construir su casa. Para la inmensa mayoría de los cristianos esa obra es, generalmente, el trabajo ordinario. Josemaría recurrirá a menudo a la imagen de las catedrales. Amaba llevar allí a los estudiantes, subir a una torre para que contemplaran de cerca la crestería, un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa. En esas charlas les hacía notar que aquella maravilla no se veía desde abajo. Y, para materializar lo que con repetida frecuencia les había explicado, les comentaba: ¡esto es el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar la tarea personal con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra. Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor. [...] ¿Entiendes ahora cómo puede acercar al Señor la vocación profesional? Haz tú lo mismo que aquellos canteros, y tu trabajo será también «operatio Dei», una labor humana con entrañas y perfiles divinos (Amigos de Dios 65).Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como Él trabajaba y amar como Él amaba? (Es Cristo que pasa 154).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
Enlaces relacionados
"Dejar obrar a Dios" (Artículo del cardenal Joseph Ratzinger) La santificación en la propia situación de vida (Estudio publicado en Romana)
José, el artesano
El trabajo, obra de amor
En el Génesis se lee que Dios crea al hombre para que cultive la tierra. Solamente después de la creación, por el pecado original, es cuando el trabajo se convierte en penoso. En el Evangelio, la palabra pecado reclama inmediatamente la noción de salvación. Esto se le anuncia a José el artesano.Hay una creación, trabajo de Dios, y hay una redención, a la que el hombre coopera con su trabajo. El trabajo no es un castigo, sino un camino de salvación o, aún más, para Josemaría es el quicio de una santificación personal cuyos cimientos se encuentran en la filiación divina.Jesús era artesano (cf. Mc 6, 3), el hijo del carpintero (cf. Mt 13, 55). Para identificarlo se recurre al oficio de José. Para Josemaría Escrivá es algo capital, pues ve en ello toda la importancia del trabajo en la vida de Jesús. Un trabajo silencioso, como el de José. Un trabajo intenso, porque José no es un hombre de soluciones fáciles y milagreras. La vida normal de una familia de Palestina: vida oculta de Jesús junto a María y José. Treinta años resumidos en muy pocas palabras por los Evangelios: «Vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51). En Nazaret, el niño crecía en edad, sabiduría y gracia. Un niño como los otros. Como los demás y a la vez tan diferente, porque en él se encontraba la plenitud de la divinidad. ¿Qué hacía Jesús durante aquellos años? Trabajaba: Al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora. Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. [...] El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor (Es Cristo que pasa 47-48). Hemos de dar lo que recibimos, enseñar lo que aprendemos; hacer partícipes a los demás –sin engreimiento, con sencillez– de ese conocimiento del amor de Cristo. Al realizar cada uno vuestro trabajo, al ejercer vuestra profesión en la sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de servicio (Es Cristo que pasa 166).He aquí el camino. Seguir a Cristo, que, antes de enseñar, trabaja (cf. Hch 1, 1). Primero el ejemplo. Pensar en los demás, olvidarse de uno mismo, vencer el mal carácter, aceptar los pinchazos de las espinas de cada día para descubrir en ellos el aroma de la presencia divina: un malentendido en el trabajo, un jefe inaccesible, una metedura de pata, un autobús que no llega, una huelga de tren, un dolor de cabeza que no se va. Si es preciso, renunciar a un ascenso personal que podría dañar la paz familiar, o tener el valor de apelar a la objeción de conciencia.Este amor al mundo en Dios, Josemaría lo llama unidad de vida, y su eje está en la conciencia de vivir en la presencia de Dios (cf. Es Cristo que pasa 11), nuestro Padre. Trabajar así es oración. Estudiar así es oración. Investigar así es oración. No salimos nunca de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se enrecia en una unidad de vida sencilla y fuerte (Es Cristo que pasa 10).Señor, concédenos tu gracia. Ábrenos la puerta del taller de Nazaret, con el fin de que aprendamos a contemplarte a Ti, con tu Madre Santa María, y con el Santo Patriarca José –a quien tanto quiero y venero–, dedicados los tres a una vida de trabajo santo. Se removerán nuestros pobres corazones, te buscaremos y te encontraremos en la labor cotidiana, que Tú deseas que convirtamos en obra de Dios, obra de Amor (Amigos de Dios, 72).Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.




Tercer día con San Josemaría

De los pastores a los magos
Amar con un corazón libre
En las tinieblas de la noche resplandece la Luz del mundo. El estruendo que la majestad de los ángeles provoca, da paso a la sorpresa: el Rey de reyes, el Salvador esperado, Cristo Señor ha nacido en total indigencia. La pobreza misma es la señal de Dios: «Esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). No hay lugar para él en el albergue: pobreza de Dios.Cuando llegue el momento de la presentación del Niño en el Templo, José y María no podrán ofrecer más que un par de tórtolas. Pero el Niño Dios es de Dios, y Dios lo entrega para la salvación del mundo. Dios es generoso, da sin medida. Toda la creación será recapitulada en Cristo, todos los hombres encontrarán en él el camino de la salvación. El anciano Simeón lo proclama: Jesús es la luz para iluminar a las naciones y la gloria de Israel (cf. Lc 2, 32). La redención se extiende también a los paganos.Precisamente aquí llegan los magos. Son gente importante, sabios que estudian las estrellas. Tienen fácil acceso al rey Herodes. Tienen medios, pero son pobres de espíritu. Sin falsas vergüenzas, preguntan dónde está el niño. Lo encontrarán en Belén, probablemente en una pequeña casa donde María y José han conseguido instalarse. Allí los magos caen de rodillas ante el niño, le abren sus cofres para ofrecerle oro, incienso y mirra (cf. Mt 1, 11). Su prudencia iguala su generosidad: se preocupan de volver por otro camino. La furia de Herodes acentúa la pobreza del Hijo del hombre, que no tiene dónde reclinar la cabeza: es la huida a Egipto.Es la pobreza de la Sagrada Familia. Pobreza de los pastores y de los magos: como ellos, hemos de exigirnos en la vida cotidiana, con el fin de no inventarnos falsos problemas, necesidades artificiosas, que en último término proceden del engreimiento, del antojo, de un espíritu comodón y perezoso. Debemos ir a Dios con paso rápido, sin pesos muertos ni impedimentas que dificulten la marcha. Precisamente porque no consiste la pobreza de espíritu en no tener, sino en estar de veras despegados, debemos permanecer atentos para no engañarnos con imaginarios motivos de fuerza mayor (Amigos de Dios, 125).Josemaría Escrivá resume en pocas palabras lo que es la pobreza: No tener nada como propio, no tener nada superfluo, no lamentarse cuando falta lo necesario; cuando se puede escoger, elegir la cosa más pobre, menos simpática; no maltratar las cosas que usamos; hacer buen uso del tiempo (Alvaro del Portillo, Entrevista con el Fundador del Opus Dei, 181). Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
Enlaces relacionados 15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados) “Hemos de amar de todo corazón la pobreza” (texto San Josemaría) Erradicar la pobreza (D. Pablo




Segundo día con San Josemaría

13 de junio de 2007

Juan el Bautista

Juan Bautista, de El Romano


La alegría de amar sin medida

Juan el Bautista deberá brillar y desaparecer después, gritar y después callarse. No es más que la voz de la Palabra encarnada; cuando comienza el ministerio del Verbo se termina el de su precursor. Indigno de desatar las correas de las sandalias de Cristo (cf. Lc 3, 16), sin embargo bautizará al Hijo amadísimo del Padre, al Ungido del Espíritu Santo. El agua del Jordán queda santificada para siempre para brotar hasta la vida eterna, como signo del Espíritu.

Después será necesario que Cristo crezca y que Juan disminuya: muerte progresiva a sí mismo de quien sabe que el Salvador de los hombres, venido después de él, existía antes que él, tal y como lo canta la Iglesia el día de su fiesta. «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Jesús, Cordero de Dios, triunfará en la cruz. La alegre proclamación de la venida del Salvador se junta con el misterioso anuncio de una muerte cruel: la alegría de la Resurrección está enraizada en la Cruz (Es Cristo que pasa, 66). Es la alegría de la redención, cruz cósmica cuyas cuatro flechas abrazan los cuatro extremos del mundo, sangre preciosa que puede lavar para siempre a todo hombre de su pecado.

Juan conoce los sufrimientos físicos y morales. Tiene el coraje de predicar la penitencia y el ayuno; también los practica. Siguiendo una llamada especial (Amigos de Dios 121), se viste con una piel de camello y se alimenta de saltamontes y miel silvestre. Jesús hace notar que Juan es rechazado por los fariseos y los doctores de la ley; porque no come pan ni bebe vino se le acusa de estar poseído. En la persecución, la alegría de Juan es completa.

Alegría y dolor juntos una vez más. El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. «In laetitia, nulla dies sine cruce!», me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz (Es Cristo que pasa, 176).

Eso es la cruz: cumplir alegremente la voluntad de Dios: seguir a Jesucristo –lo ha dicho Él– es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso –aunque cueste– y la cruz es la Santa Cruz (Surco, 249).

Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.




Enlaces relacionados
15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados)
La alegría del cristiano (entrevista al Prelado sobre el libro "Itinerarios de vida cristiana")
“La única medida es amar sin medida” (Texto de San Josemaría)




Primer día con San Josemaría
María, la madre de Jesús



Virgen María con Niño, de Alonso Cano

Madre del Amor hermoso

El principio del camino que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima [...] En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús (Santo Rosario 16-17).

En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... (Conversaciones 116).

La que escucha la invitación del ángel da eficacia con su sí a la Palabra divina que se hace carne. Se convierte en el sagrario más sublime. Y, sin embargo, es una mujer como las demás. Va a llevar en su seno al Verbo encarnado, a su Creador, al Hijo único del Padre, al Ungido del Espíritu Santo. Dios te salve, María, hija de Dios Padre; Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios! (Camino 496). En ella se reúnen el cielo y la tierra en un intercambio admirable en el que Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios. En su corazón humilde se realiza la más bella maravilla. Como todas las madres, habla a ese niño que lleva en ella, canturrea para él, reza a Dios con él, lo siente moverse en su seno, sabe cuándo duerme y cuándo escucha.

Señora nuestra, ahora te traigo –no tengo otra cosa– espinas, las que llevo en mi corazón; pero estoy seguro de que por Ti se convertirán en rosas (...). Consigue que en nuestros corazones, cuajen a lo largo de todo el año rosas pequeñas, las de la vida ordinaria, corrientes, pero llenas del perfume del sacrificio y del amor. He dicho de intento rosas pequeñas, porque es lo que me va mejor, ya que en mi vida sólo he sabido ocuparme de cosas normales, corrientes, y, con frecuencia, ni siquiera las he sabido acabar; pero tengo la certeza de que en esa conducta habitual, en la de cada día, es donde tu Hijo y Tú me esperáis (...). Perdóname, Madre mía, porque al hablar así sólo quiero suplicarte que me veas, que me mires. Aquí estoy, porque ¡Tú puedes!, porque ¡Tú amas! (Archivo general de la Prelatura del Opus Dei, P01 1977, pp. 788-791).

Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.