lunes, 29 de octubre de 2007

Fe y reconciliación.

Roma vivió, este pasado domingo 28 de octubre, la ceremonia de beatificación de 498 mártires que encontraron la muerte por su fidelidad a Cristo durante nuestra Guerra Civil. Sus vidas son un valioso testimonio, ejemplo de fe y reconciliación por parte de quienes murieron perdonando a sus verdugos: "fijaron sus ojos en Cristo y ya no volvieron atrás". Resuena hoy el mensaje del himno de este evento por todos los confines: "Como los mártires, nuestros hermanos, queremos ser; dar nuestras vidas, unir las manos y prepararnos para el nuevo amanecer".

Copio unos párrafos de la Homilía de San Josemaría pronunciada el 12-X-1947:
Se oye a veces decir que actualmente son menos frecuentes los milagros. ¿No será que son menos las almas que viven vida de fe? Dios no puede faltar a su promesa: pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra[1]. Nuestro Dios es la Verdad, el fundamento de todo lo que existe: nada se cumple sin su querer omnipotente.
Como era en un principio y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos[2]. El Señor no cambia; no necesita moverse para ir detrás de cosas que no tenga; es todo el movimiento y toda la belleza y toda la grandeza. Hoy como antes. Pasarán los cielos como humo, se envejecerá como un vestido la tierra (...) Pero mi salvación durará por la eternidad y mi justicia durará por siempre[3].
Dios ha establecido en Jesucristo una nueva y eterna alianza con los hombres. Ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cundo las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor: ¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? Con sólo mi amenaza, seco el mar y torno en desierto los ríos, hasta perecer sus peces por falta de agua y morir de sed sus vivientes. Yo revisto los cielos de un velo de sombra y los cubro como de saco[4].
La fe es virtud sobrenatural que dispone nuestra inteligencia a asentir a las verdades reveladas, a responder que sí a Cristo, que nos ha dado a conocer plenamente el designio salvador de la Trinidad Beatísima. Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente en estos días, por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien crió también los siglos. El cual, siendo como el resplandor de su gloria, vivo retrato de su substancia, y sustentándolo todo con su poderosa palabra, después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos[5].
[1] Ps II, 8.
[2] Doxología Gloria Patri...
[3] Is LI, 6.
[4] Is L, 2-3.
[5] Hebr I, 1-3.