lunes, 17 de agosto de 2015

Una historia de inicios del siglo XX QUE NOS HARÁ REFLEXIONAR

Cuando converso con amigos y, a veces, llegamos a un cierto pesimismo con la situación actual me viene a la cabeza el escrito del TOMO I DE EL FUNDADOR (San Josemaría) por  VAZQUEZ DE PRADA.




TOMO I DE EL FUNDADOR. VAZQUEZ DE PRADA

CAPÍTULO VIII
8. Preparativos de expansión: Madrid, Valencia, París

Desde la revolución de Asturias, en 1934, la convivencia política de los españoles se había vuelto sumamente difícil. En febrero de 1936 se celebrarían elecciones generales. De un lado estaba el Frente Popular, de inspiración marxista. De otro, una indecisa coalición de partidos de derecha. Las semanas pre-electorales fueron tensas.

La casa en que vivían los Escrivá estaba junto a la entrada de la iglesia de Santa Isabel. Allí se hallaban expuestos al asalto o al incendio, por lo que consideraron prudente mudarse a otro sitio, hasta ver el cariz que tomaban los acontecimientos. Y don Josemaría no desaprovechó aquella ocasión, tan largo tiempo esperada, para irse a vivir a la Residencia de Ferraz:

Día 31 de enero de 1936 anota en sus Apuntes: Son cerca de las doce de la noche. Estoy en nuestra Casa del Ángel Custodio. Jesús ha dispuesto tan suavemente las cosas, que voy a estar un mes entero con mis hijos. Mi madre y mis hermanos vivirán, mientras tanto, en una pensión de la calle Mayor249.

El Frente Popular, aunque no de manera arrolladora, ganó las elecciones del 16 de febrero. Victoria que enardeció los ánimos revolucionarios, acentuando el fondo antirreligioso, que envenenaba ya la vida civil. Era temerario volver al piso del Patronato, por lo que doña Dolores se trasladó, por séptima vez, a un nuevo domicilio. El hijo, con su acostumbrado optimismo, en medio de la catástrofe que presagiaba para la causa religiosa el nombramiento de don Manuel Azaña como Presidente del gobierno, veía también el lado positivo de la situación:

Mi madre y mis hermanos viven en Rey Francisco 3, ahora Doctor Cárceles. Aproveché para decirles que ya me quedo definitivamente a vivir con mis chicos. No hay mal que por bien no venga. Azaña es la ocasión, que no he querido desaprovechar. Mamá lo recibió bien, aunque le costó250.

Pronto se desencadenó por toda España un vendaval de disturbios callejeros, crímenes, huelgas y violencia de todo tipo. El 11 de marzo reseña en sus Catalinas:

Siguen los incendios, por provincias y en Madrid [...]. Esta mañana, mientras celebraba la Sta. Misa en Sta. Isabel, de orden superior les recogieron las carabinas a los guardias [...]. Yo, de acuerdo con las religiosas, consumí un Copón casi lleno de Formas. No sé si pasará algo. Señor: basta de sacrilegios251.

Lo que se temía sucedió dos días más tarde:

El día 13 intentaron asaltar Santa Isabel. Destrozaron unas puertas. De modo providencial, se quedó la chusma sin gasolina, y no pudieron incendiar más que un poco la puerta exterior de la iglesia, porque huyeron ante una pareja de guardias [...].
La gente, por ahí está muy pesimista. Yo no puedo perder mi Fe y mi Esperanza, que son consecuencia de mi Amor [...]. Hoy (escribe el 25 de marzo), en Sta. Isabel, donde no ganan para sustos (no sé cómo las monjas no están todas enfermas del corazón), al oír a todo el mundo hablar de asesinatos de curas y monjas, y de incendios y asaltos y horrores..., me encogí y el pavor es pegajoso tuve miedo un momento. No consentiré pesimistas a mi lado: es preciso servir a Dios con alegría, y con abandono252.

Por encima de estos aires cargados de odio y con presagios de muerte, en medio de estas alarmantes noticias, las catalinas siguen su rumbo apostólico:

Veo la necesidad, la urgencia de abrir casas fuera de Madrid y fuera de España, anota el 13 de febrero. Y por esas fechas escribía: Siento que Jesús quiere que vayamos a Valencia y a París [...]. Ya se está haciendo una campaña de oración y sacrificios, que sea el cimiento de esas dos Casas253.

El proyecto de expansión de la Obra, dentro y fuera de España, estaba en el germen mismo de la universalidad del designio divino. De ello había hablado don Josemaría al Vicario General en 1934 y, más recientemente, cuando le informaba por carta del 10-III-1936:

Es muy posible que, dentro del verano próximo, quede abierta una Casa de la Obra en provincias quizá, en Valencia, y estoy preparando el terreno para enviar un grupito a París...254.

¿Contaba con un puñado de vocaciones y ya mostraba impaciencia por salir a conquistar el extranjero? ¿Qué le movía a tan ambiciosos planes de ensanche apostólico? Como siempre, era el Señor quien le empujaba. Entonces, don Josemaría utilizaba una treta para ayudarse, una astucia humana y sobrenatural. Anunciaba de una manera abierta y comprometida sus proyectos a las autoridades eclesiásticas, con lo que, en cierto modo, se cortaba la retirada para no volverse sobre sus propios pasos. Por otro lado resultaba una excelente táctica. Era un medio seguro de recaudar oración y mortificación para cimentar bien los proyectos, como se confiesa a sí mismo en sus catalinas, refiriéndose a la carta en que hablaba, al Sr. Vicario, de Valencia y París:

De intento, hablo de esas dos casas: de una parte, para lograr muchas oraciones y sacrificios; de otra, para quemar las naves, como Cortés255.

Al igual que con el Vicario General de Madrid, don Josemaría hacía lo posible por explicar los apostolados del Opus Dei a cuantos Obispos pasaban por la capital. Les invitaba a celebrar misa o a comer en la Residencia, para charlar luego con ellos:

Es consolador anotaba el 2-XI-1935 ver cómo la Jerarquía, al conocer la Obra, la quiere256.

Al Obispo de Pamplona, monseñor Olaechea, le habló de la expansión apostólica y cómo el Señor les pedía abrir una casa en Valencia y otra en París257. Y con el Obispo auxiliar de Valencia, monseñor Lauzurica, se comprometió a visitarle en plazo fijo: En la segunda quincena de abril, pienso ir por Valencia, pues de ningún modo abriremos jamás Academias ni Residencias, sin el beneplácito de los Srs. Prelados258.

No olvidaba, naturalmente, el fundamento sobrenatural: Nuestras Casas de Valencia y París han de basarse en el sufrimiento, se repetía en una catalina del 11 de marzo. ¡Bendita sea la Cruz! ¿Contradicciones? No suelen faltar cada día259.

Imposible saber cuáles sean esas contradicciones a las que se refiere, porque desde principios de noviembre de 1935 hasta la primavera de 1936 no llegan a la veintena las notas de sus Apuntes260. Aunque escaseen las anotaciones, no por eso faltaba el sacrificio silencioso del Fundador, según refiere en la última catalina de 1935:

Jueves, 12 de diciembre de 1935: Le decía yo al Señor, hace unos días, en la Santa Misa: "Dime algo, Jesús, dime algo". Y, como respuesta vi con claridad un sueño que había tenido la noche anterior, en el que Jesús era grano, enterrado y podrido aparentemente, para ser después espiga cuajada y fecunda. Y comprendí que ése, y no otro, es mi camino. ¡Buena respuesta!261.



* * *

En aquella primera hora, a poco de nacer el Opus Dei, el Fundador se hallaba todavía sin experiencia de los pasos concretos que convenía dar. Estaba al frente de una gran empresa divina, que, aunque bien definida en cuanto a su origen, medios y fines sobrenaturales, carecía del soporte material de sus apostolados. Tenía aún por fijar sus modos característicos de actuación y tenía pendiente la labor de formación de sus miembros. Esa tarea de desarrollo inicial consistía, por parte del Fundador, en un ejercicio de tanteo y de aproximación, igual que hace una criatura al dar sus primeros pasos:

La O. de D. no nacerá perfecta explica con una bella imagen el Fundador. Nacerá como un niño. Débil, primero. Después, comienza a andar. Habla, luego, y obra por su cuenta. Se desarrollan todas sus facultades. La adolescencia. La virilidad. La madurez... Nunca tendrá la O. de D. decrepitud: siempre viril en sus ímpetus, y prudente, audazmente prudente, vivirá en una eterna sazón, que le ha de dar el estar identificada con Jesús, cuyo Apostolado va a hacer hasta el fin262.

Y, ¿dónde radica esa "eterna sazón" sino en la esencia misma del espíritu de la Obra, donde está alojada una manera muy peculiar y positiva de valorar y "divinizar" las estructuras temporales, para ofrecerlas a Dios? Semejante enfoque de la realidad histórica, como ocasión favorable para el encuentro con Cristo, está muy lejos del contemptus mundi, predominante en el ambiente religioso de la época, que consideraba el desembarazo de las actividades puramente temporales, requisito previo a una llamada a la búsqueda de la santidad. Muy otro es el modo de entender y tratar las tareas en el mundo, de acuerdo con el espíritu del Opus Dei, que ve en el trabajo un medio de santificación. Estando en el mundo responden a la llamada divina los miembros del Opus Dei; y en el mundo continúan con su mentalidad secular, sin cambiar de profesión, y haciendo de ésta instrumento de apostolado.

Nace así un estilo de vida, en que el cristiano cumple su misión corredentora desde su situación concreta, desde la entraña de la sociedad a que pertenece, actuando apostólicamente como la levadura, desde dentro, siempre adaptado a las circunstancias históricas y sociales en las que se mueve.

Por entonces, en los años treinta, las empresas apostólicas eran creadas o promovidas por la Jerarquía eclesiástica, o por Ordenes o Institutos religiosos, de suerte que desarrollaban su apostolado como actividad superimpuesta, desde arriba, o desde fuera del engranaje social. Y, las más de las veces, la dirección de esos apostolados no solía estar en manos de laicos. Por consiguiente, la tarea apostólica propuesta por don Josemaría, en consonancia con el espíritu secular del Opus Dei esto es, ejercitada por laicos en medio de su ambiente profesional, era un hecho sin precedentes en aquella época.

Ya desde 1930 venía buscando el Fundador el modo práctico de que apareciese externamente, y con claridad, que los miembros del Opus Dei eran laicos, fieles corrientes, ciudadanos corrientes. Trataba también de resolver, asimismo, una separación tajante entre la O. de D., liga espiritual, y las diversas actividades de empresa (apostolado)263. Fue el día de San Juan Evangelista, 27 de diciembre de 1930, cuando halló la solución al problema, evitando la confusión entre lo espiritual y las empresas materiales264.

Surgirían así las obras corporativas de carácter apostólico; y la primera de ellas fue la Academia DYA. Era la Academia un centro cultural de carácter civil; se había registrado como tal y pagado el impuesto correspondiente a la Administración. Allí se daban clases de Derecho y Arquitectura. Y era llevada por laicos; porque, como había escrito el Fundador en una catalina, los sacerdotes serán solamente y no es poco Directores de Almas265. Aquella Academia era, además, un centro de la Obra donde se impartía formación cristiana y humana. Con esa primera empresa quedó, pues, sellada de carácter laical la actividad apostólica de los miembros del Opus Dei. Don Josemaría, aun siendo el impulsor de toda esa actividad apostólica y el creador de aquella empresa, permanecía discretamente en segunda fila, reafirmando su carácter de empresa civil, al tiempo que evitaba la más leve sombra de clericalismo en la Academia, especialmente ante las autoridades eclesiásticas. Así lo expresaba, por ejemplo, en la instancia del 13 de marzo de 1935, al solicitar la concesión de un oratorio semipúblico, cuando comienza con esta aclaración:

José María Escrivá y Albás, pbro., director espiritual de la Academia-Residencia DYA Ferraz 50 de la que es Director técnico D. Ricardo Fernández Vallespín, arquitecto, Profesor ayudante de la Escuela Superior de Arquitectura, a V.E. respetuosamente expone, etc.266.

Con la creación de la Academia DYA se puso también en marcha el apostolado con profesionales jóvenes, algunos de ellos casados; y cuando la Academia se trasladó a Ferraz 50, cuenta Miguel Deán, ya entonces licenciado en Farmacia, que «el Padre llevaba a cabo una importante labor de dirección espiritual y de formación de todas las personas que allí trataba»267.

Carecía la Obra de personalidad jurídica de ningún tipo, ni siquiera tenía forma legal en aquellos años de inseguridad ciudadana, de frecuente supresión del derecho de reunión y de acusada vigilancia policial. En 1933 había pensado el Fundador en crear una Sociedad de Colaboración Intelectual (So-Co-In), que agrupase a los profesionales universitarios, con la intención de que fuese el germen de la Obra de San Gabriel. Elaboró su Reglamento pero no lo sometió a la aprobación de las autoridades civiles (Dirección General de Seguridad) hasta después de las elecciones generales de febrero de 1936, como anunciaba a monseñor Olaechea en carta del 3 de marzo:

Se fundó una "Sociedad de Colaboración Intelectual" (obra de S. Gabriel), y el "Fomento de Estudios Superiores" para llevar toda la parte económica de la Obra268.

Una asociación de carácter cultural les permitiría reunirse para recibir las clases de formación, sin el peligro de quedar al margen de la ley cada vez que se suspendía el derecho de reunión ciudadana. Y una sociedad civil, con fines culturales y capital social aportado por los socios que ellos eligiesen, serviría para adquirir los medios materiales adecuados a esos fines: Academias, Residencias, Bibliotecas, Colegios, etc.



* * *

A medida que crecían y crecían rápidamente, les ocurría lo que a los niños; todo se les quedaba pequeño. Primero fueron los cuatro modestos cuartos de la Academia DYA de Luchana. Luego fue la labor de San Gabriel, como escribe el 14-X-1935:

Gracias a Dios, crecemos. Nos viene pequeña la ropa [...], es la hora de crear la "So-Co-In", y el "Fomento de Estudios Superiores". Esta última sociedad, para la parte económica. La primera es la o. de San Gabriel269.

Después fue la casa, como contaba el Fundador al Vicario General en febrero de 1936: Aun habiendo alquilado otro piso en Ferraz 48, la casa nos viene pequeña270.

(El estirón siguiente era Valencia y París).

Y, dicho sea de paso, con eso de los estirones de crecimiento apostólico, don Josemaría terminó de convencerse de que era inútil tomar medidas y hacer trajes por adelantado: Se ve lo que tantas veces he dicho: que es inútil hacer reglamentos, porque ha de ser la vida misma de nuestro apostolado la que, a su tiempo, nos irá dando la pauta271.

Cumplió su promesa de ir a visitar a monseñor Lauzurica en la segunda quincena de abril. Como le había anunciado por carta, llevaba el proyecto apostólico de la casa de Valencia sobrenaturalmente abrigado: ¡Cuántas oraciones y sacrificios, cuántas horas de estudio santificadas, cuántas visitas de pobres, y horas de vela ante el Sagrario, y cuántas disciplinas y otras mortificaciones han subido hasta el Señor, en petición de gracias para cumplir esa Voluntad suya amabilísima!272.

El lunes, 20 de abril, acompañado de Ricardo F. Vallespín, llegó a Valencia. Por la tarde se entrevistó don Josemaría con monseñor Lauzurica, y le dejó las Instrucciones y otros escritos sobre la Obra. El martes Monseñor invitó a comer a sus visitantes madrileños. Les trató con calurosa cordialidad y prometió hablar con el Arzobispo para concederles oratorio semipúblico en el futuro centro que instalasen en Valencia.

«Así es que, en agosto o a fines de julio, vendremos a instalar la Casa de San Rafael de Valencia», escribía Ricardo273.

Allí, en Valencia, habló el Padre con un joven estudiante, Rafael Calvo Serer, que pidió la admisión en la Obra después de un largo paseo charlando juntos por la calle.

A partir de esas fechas sucede algo totalmente inesperado, porque no hay página en los Apuntes de la que no se escapen ayes y tristezas: las comuniones del sacerdote son frías; no sabe rezar bien ni un avemaría; le parece que Jesús está de paseo y le deja solo; se encuentra descontento de sí, sin ganas de nada; sin poder coordinar ideas; algo cojo, con reuma, a pesar del calor; sin fuerzas para hacer una mortificación; con hambre de unos días de remanso, porque ve que el Señor le lleva lo mismo que a una pelota: tan pronto arriba, tan pronto abajo, y siempre a golpes. Ut iumentum!...274.

Todo este largo rosario de pruebas y padecimientos espirituales, le cogieron debilitado en sus fuerzas físicas, erosionaron terriblemente su resistencia. Así, sin recargar las tintas, se lo explicaba en carta de principios de mayo al Vicario General: Siento necesidad de ser muy sencillo con V., Padre. Naturalmente, estoy gordo y flojo, muy cansado275.

Dos días después charló confidencialmente con don Pedro Poveda, que también había pasado anteriormente por esa situación. Don Pedro le recomendó lo mismo que había aconsejado antaño don Francisco Morán: el descanso, y mejor aún en la cama. Y siguió el consejo, como escribe poco más tarde:

Fui a casa de mi madre, y estuve todo el día en cama, sin hablar ni ver a nadie, y mejoré algo de momento. Es agotamiento físico: en estos ocho meses últimos he hablado, entre pláticas, meditaciones y charlas de S. Rafael, trescientas cuarentaitantas veces, la vez que menos media hora. Encima, la dirección de la Obra, dirección de almas, visiteos, etc. Así se explica que haya momentos terribles en los que me fastidia todo, hasta lo que más amo. Y el demonio ha hecho coincidir este decaimiento fisiológico con mil pequeñas cosas276.

Bien consideradas, no eran tan pequeñas las contradicciones que le cayeron encima aquella temporada: le acababan de anunciar la incautación por el Estado de la iglesia y convento de Santa Isabel, que las monjas tendrían que desalojar; empezaban a llegarle críticas, habladurías y murmuraciones; no hallaba dinero para la compra de la nueva casa; se le terminaban las licencias ministeriales; padecía un fuerte ataque de reuma...


La biografía de San Josemaría Escrivá
Junto con la ferviente devoción a la persona de san Josemaría Escrivá, crece en los cinco continentes el deseo de conocer más a fondo su vida: paso a paso, punto por punto. Desde su muerte, han visto la luz muchos libros y ensayos sobre su vida y su doctrina, pero se esperaba una biografía completa que considere el punto de vista del biografiado, al hilo de sus propios documentos. Ésa es la razón de ser de esta obra.
El biógrafo ha trabajado el libro con afán, lo ha construido escrupulosamente sobre "Apuntes íntimos", documentos, testimonios, cartas y notas de archivo, en el intento de exponer con fidelidad la historia de los sucesos. El resultado es una biografía de san Josemaría de gran porte histórico y generosa amplitud (tres volúmenes), para mejor gustar la intensidad de sus amores y el vigor de su espíritu.
El primer volumen comprende desde su nacimiento en enero de 1902 hasta julio de 1936. Ha alcanzado hasta ahora la 7ª edición.
El segundo volumen abarca desde julio de 1936 hasta junio de 1946.
El tercer y último volumen comprende desde el primer viaje del Fundador a Roma en 1946, hasta su muerte el 26 de junio de 1975.
Andrés Vázquez de Prada, profesor y diplomático, ha desarrollado una intensa labor de investigación en temas históricos y literarios, colaborando en diversas publicaciones de carácter internacional. En el género biográfico destaca su libro Sir Tomás Moro (1962).
El autor conoció a su biografiado en 1942 y le trató con intimidad en numerosas ocasiones, sobre todo durante las estancias de don Josemaría en Inglaterra (1958-1962).

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