Hoy en Madrid, con lluvia, con nieve o con el sol en lo alto, se reunirán centenares de miles de personas que defienden el derecho a la vida de los seres humanos. Centenares de miles de personas, venidas de todos los rincones de España, que consideran que asesinar no puede convertirse en un derecho. Por ello, que estiman que la nueva ley del aborto aprobaba por los pelos y por los pactos en el Parlamento es una ley criminal. Es de esperar que esas personas, sorprendentes y maravillosas, que padecen el síndrome de Down, no falten a la cita. A partir de ahora la sociedad tiene el derecho de no permitir que nazcan. No es una cuestión de creencias religiosas ni de dogmatismos beatos. Concierne a la moral y la ética de las personas. Los partidarios de la ley asesina quieren reducir la discusión a Iglesia sí o Iglesia no, cuando el debate va mucho más allá. Por supuesto que en la conciencia de un cristiano no cabe la posibilidad de dar muerte al ser humano más indefenso. Pero aceptar esa simpleza de confrontación moral e intelectual es el objetivo de los partidarios del genocidio legalizado.
Hoy en Madrid se reunirán sin asperezas y con esperanza, una pequeña parte de los españoles incapaces de establecer la diferencia entre lo que es un ser vivo y un ser humano dependiendo de la semana de gestación de la madre. Ese, y no otro, es el argumento fundamental que la ministra analfabeta ha puesto sobre el sangriento tapete. Es decir, que el ser humano adquiere esa condición de acuerdo con el tiempo que lleva en el seno de su madre. En los planes de reproducción y conservación del lince ibérico y del oso pardo, muy generosamente financiados por el Gobierno de España, los autonómicos y la Comunidad Europea, y que este escribidor de ustedes aplaude sin reservas, el lince es lince y el oso es oso desde el momento en que la lince hembra –la analfabeta diría «linza»– y la osa madre muestran los primeros síntomas de empreñación. Esa suerte no la tienen los humanos. Para serlo, necesitan pasar la barrera de unas semanas caprichosamente calculadas por un grupo de desaprensivos e ignorantes, durante las cuales estarán legalmente desamparados y a disposición de decisiones egoístas, económicas o simplemente criminales. El feto humano no es más que un inconcreto ser vivo hasta que alcanza la frontera que Bibiana Aído ha dispuesto para ser considerado «un ser humano». Antes de llegar a esa inaceptable frontera, su asesinato es legal. Después su cuerpo pasará a una amable trituradora y el crimen será un derecho. Es posible que los partidarios de los torturadores estimen que la negación al derecho de vivir del «nasciturus» sea consecuencia de su condición de «delincuentes comunes». Eso no se le ha ocurrido todavía al estalinista Guillermo Toledo, y le brindo la idea, para que prosiga con su brillantez intelectual, moral y ética.
¿Es el asesinato de un ser indefenso sinónimo de progreso? ¿Es la defensa de la vida de un ser humano indefenso una rasgo de intolerancia fascista?¿Son los buenos los que matan y los malos los que luchan por el derecho a vivir de los seres humanos? Allá cada uno con su conciencia. Hoy se reúnen en Madrid los partidarios de la vida. Los que van a combatir sin violencia y hasta el final la Ley que convierte el asesinato en un derecho. La Ley asesina. Ni Hitler ni Stalin se atrevieron a tanto.
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